Carestía. La baja producción de alimentos ocasionó el desabastecimiento de los inventarios, en especial de frutas y hortalizas. LA PRENSA/Carlos Lemos |
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La canasta de frutas para consumo personal contenía generosos trozos de piña, melón, sandía y papaya. Se ofrecía en los supermercados y en las vitrinas de los chicheros y era una muestra a escala de la abundancia y la generosidad de las tierras panameñas, sobre todo las de Chiriquí.
Pero llegaron los últimos meses de 2010 con sus aguaceros sin fin, y la cesta de colores tropicales pasó a exhibir solo la tonalidad de la piña o la papaya.
En la transición de un año a otro, al parecer concluyó la escasez de algunos alimentos: a la canasta regresaron las cucurbitáceas.
El retorno de la sandía y el melón significa que Panamá superó la reciente época de carestía, que también evidenció la inestabilidad de la producción agrícola nacional en precios e inventarios.
Si se repite otra temporada de lluvias y de vientos como la de los dos últimos meses del año anterior, y si los precios internacionales de las materias primas y el combustible continúan subiendo, nadie podrá controlar los costos de los alimentos en el mercado local.
En deficiencia alimentaria, Panamá se encuentra como muchos otros de sus pares. Así lo certifica la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés) a través de su director Jacques Diouf, quien ha enunciado las variables que afectan la producción mundial de alimentos.
Sobresalen los altos precios de algunos granos que ahora se usan como materias primas, los subsidios entregados a los agricultores de los países miembros de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) que en promedio equivalen a 365 mil millones de dólares al año e inclinan a su favor las leyes del mercado, y la necesidad de una inversión multimillonaria que eleve la producción de alimentos en 70%, pues se aproximan tiempos de hambruna mundial.
La generación de alimentos para consumo interno en Panamá está salpimentada con otros ingredientes.
El sector se contrajo a partir de 1969, cuando representaba el 30% del producto interno bruto (PIB), a un escaso 4% en la actualidad, asegura Rolando Gordón, economista y profesor de la Universidad de Panamá.
El déficit comercial en la balanza de alimentos está en 196 millones de dólares. Esto quiere decir que es más lo que importamos que lo que producimos.
Según Gordón, las causales de la caída fraguada en más de cuatro décadas son el desarrollo de la economía bajo un modelo de servicios, la falta de financiamiento a los agricultores, la poca tecnología usada en la siembra y en la cosecha, la difícil consecución de semillas, y ciertas medidas como la importación de algunas hortalizas como la lechuga a cero arancel y el destino del fondo especial de compensación de intereses (FECI), resultante del pago de 1% de interés por cada préstamo personal o comercial que supere los 5 mil dólares. Su recaudo se destina a apoyar al sector agropecuario.
Y enfatiza que el país se encuentra sometido a la explotación invariable de productos no tradicionales cotizados por Estados Unidos y algunos países de la Unión Europea.
“Esos alimentos concentran una gran parte de nuestro desarrollo agrícola. Los correspondientes a la canasta básica son insuficientes y la demanda local se debe reforzar con importaciones”, asegura.
Las importaciones desmedidas de productos que compiten con los nuestros afectan al agricultor panameño, y las consecuencias del cambio climático interfieren toda la cadena de producción, comenta Sebastián Mirones, director nacional de Agricultura del Ministerio de Desarrollo Agropecuario (Mida).
La única salida, compartida por todos los eslabones de la cadena, consiste en el autoabastecimiento.
En la base
La chiricana Itzel Caballero, de 40 años de edad y quinta hija entre siete hermanos, ha estado situada en los dos extremos de la producción de alimentos para consumo local, desde la acumulación continua de pérdidas hasta la prosperidad empresarial.
Durante 16 años se había ganado la vida como estilista en un salón de belleza de Calidonia. Su remuneración mensual rondaba los 350 dólares, dinero que debía hacer rendir al máximo porque es madre soltera de una adolescente de 15 años.
Los siete hermanos Caballero heredaron de su padre unas hectáreas de tierra destinadas a la agricultura y la ganadería en Chiriquí. Hace dos años el hermano que le sigue, José Félix (39 años), vendió por 50 mil dólares uno de los terrenos, el cual fue pagado en efectivo y de contado.
Con el dinero compró un camión de carga de 25 pies de largo. Y a su hermana le propuso que abandonara la peluquería y junto con él se dedicara por entero a la administración de una transportadora de alimentos de Chiriquí a la capital del país.
Pese a llevar la agricultura en los genes y ver cómo su padre era capaz de producir hasta 50 mil naranjas por cosecha y tener trato directo con decenas de productores de la provincia chiricana, a los dos hermanos Caballero la nueva labor les pesó más que el camión de 25 pies de largo.
El combustible fue el primer factor en contra. “El diésel subía y bajaba entre uno y cuatro centésimos de un día para otro e impidió una estabilidad en los precios de los alimentos. Hacíamos dos viajes en la semana, y sin un ‘colchón’ financiero, nadie aguanta ese trote”, reconoce Itzel.
Tenían buenos productos y recolectaban otros de muy buena calidad, conocían campesinos que han trabajado la tierra toda la vida y sabían a quiénes vender en Panamá, pero “teníamos muy poca idea de enlazar la cadena en provecho nuestro. Nos hizo falta la asesoría de expertos y el apoyo financiero”, explica Itzel.
A principios de 2010 vendieron el camión por solo 36 mil dólares. Precisamente es la capacitación una de las grandes falencias del sector agropecuario. Por ello, los campesinos desconocen las ventajas a su favor, y su ignorancia ayuda a desencadenar la carestía y el aumento de los precios.
Una estrategia conjunta que combinara el aprendizaje apoyado en la tecnología, y una financiación flexible, habrían evitado la venta del camión.
Muchos de los 30 mil productores del país desconocen el alcance y los beneficios de la Ley 25, que por ejemplo “reconoce el 50% de las inversiones destinadas a la siembra y la cosecha en casas de cultivo, es decir, bajo cubierta plástica”, comenta Sebastián Mirones.
Las técnicas agrícolas realizadas en casas de cultivo garantizan un producto de vida más larga para el consumo, menos golpeado por las plagas, y de contextura más compacta y de mayor tamaño, por no estar a la intemperie ni tampoco bajo los efectos de los insecticidas.
“El alimento se vuelve más competitivo frente a los que vienen del exterior”, reconoce Rolando Gordón.
El dinero que reembolsa la Ley 25 le permitiría al agricultor invertir en tecnología o en la reconversión productiva del negocio cuando este se encuentra en momentos de crisis, aclara Mirones.
Los hermanos Caballero reconocen que si se hubieran asesorado con la entidad gubernamental –nunca quisieron hacerlo–, con seguridad tendrían un panorama más próspero que el actual. Sin saber cómo, comprendieron cuál es la fortaleza de su negocio: la venta directa al por mayor y al detal.
Sin camión y con un déficit de 16 mil dólares, pero a la vez con objetivos específicos, los Caballero iniciaron una nueva etapa de su negocio.
Poco después de entregar el vehículo empezaron a vender en el Mercado de Abastos de Panamá aquellos productos que mejor se defienden de los aguaceros torrenciales, como el chayote y la maracuyá.
Los tuvo sin cuidado que al principio debieron trabajar desde las 2:00 de la mañana hasta las 6:00 de la tarde, los siete días de la semana.
A los pocos meses obtuvieron en arriendo un local de 80 metros cuadrados, y desde entonces venden granos, hortalizas, legumbres y frutas. Y uno de sus secretos consiste en obtener los productos en escasez a vendedores extranjeros. “Siempre tenemos inventarios”, afirman.
De la base, pero diferentes
Ha sido otra la suerte reciente del santiagueño César Monterrey. Cultiva sandías y melones en dos terrenos de dos y tres hectáreas cada uno, y también vende en el Mercado de Abastos de la capital, frente al local de Itzel.
Recuerda que en 2010 perdió por completo varias cosechas como consecuencia de los aguaceros y las inundaciones, y solo en diciembre pudo sembrar para recoger en la última semana de enero.
“Cuando pude sacar alguito, mi precio se encareció porque la mano de obra subió”, comenta. A principios de 2010 contrataba el jornal a cinco dólares, pero después subió a 10 porque se agotaron los inventarios, disminuyeron los ingresos y los peones exigían el pago diario de su trabajo.
Y debe contratar seis personas por día durante la cosecha. “Seguiré con la sandía, pero no con el melón”, concluye.
Fue pequeña la escasez de frutas y hortalizas, opina el chorrerano Alexis Castillo.
Él representa a una cooperativa integrada por 60 productores y dedicada a la exportación y también a la venta de excedentes en los mercados locales.
Su queja radica en la demora de ciertos comerciantes que pagan a los seis meses y a veces hasta 12 meses después de recibido el producto. “Ese ritmo es desalentador”, afirma.
Las grandes superficies
Los desafíos de la cadena productiva empiezan a ser menores, y los supermercados han podido cumplir con los pedidos cotidianos de los consumidores. Los inventarios satisfacen la demanda de hortalizas, frutas, granos y verduras. El único producto en escasez es el limón criollo.
Los limones existentes en los supermercados panameños provienen de México y Colombia y otros países, asegura Nicolás Batista, gerente de categoría de productos frescos del Grupo Rey. La libra de limón se consigue en un dólar con 99 centésimos, cuando por lo general se pagan 85 centésimos.
El precio actual guarda coherencia con el alza lineal de los productos, que según el Mida se encuentra alrededor del 20%, “aunque en casos aislados se pueden registrar incrementos del 100% o más”.
Tal cual sucedió con el pimentón de colores. La libra se trepó a 3 dólares 25 centésimos en noviembre y diciembre, y por lo general se obtiene a 1 dólar 39 centésimos.
El gran responsable se llama cambio climático, acusa Batista. Su denuncia la sustenta con una breve explicación de los efectos de las lluvias en la producción. El pimentón de colores o la lechuga se maduran con la luz solar, que les aporta consistencia y uniformidad en la forma y mantiene los nutrientes y por ende los valores alimenticios, y así mismo el sabor.
“Los temporales dañaron miles de terrenos sembrados por los productores nacionales, que además suelen cultivar a la intemperie”.
La fortaleza de negociar en condición de cadena nacional permitió que el Grupo Rey absorbiera los problemas de escasez y de precios.
Las pequeñas ferias
El Gobierno Nacional también trabaja en evitar el desabastecimiento y las especulaciones. Por ello creó las ferias Compita, con más enfoque rural, y desde hace unos meses las Jumbo Ferias con sentido de barriada. Ambas buscan satisfacer la demanda de productos de la canasta básica familiar de los menos favorecidos.
Y según Sebastián Mirones, del Mida, tienen un espíritu académico porque les enseña a los productores a detectar en qué consisten las aspiraciones del consumidor. “Lo hacen más competitivo”.
Y tienen otro papel que en definitiva ganará mayor importancia: “Se convertirán en un catalizador de precios porque siempre venden lo más barato posible según el lugar donde se realizan”, comenta Mirones.
Esto lo confirma el hecho de que ambas ferias significan un ahorro de entre 20% y 30% del valor final que paga cada consumidor.
“Es que la producción de una libra de zanahoria cuesta siete centésimos, y en el mercado sube a 60 centésimos”, dice Mirones.
Ese margen le permite al productor y al consumidor tener ganancias y ahorros respectivamente. Pero los intermediarios son los que se quedan con las utilidades.
Y si bien es cierto que por ahora se presenta desalentador el horizonte para los agricultores panameños, Itzel Caballero asegura no extrañar los salones de belleza. Lo suyo es el campo.
Pero llegaron los últimos meses de 2010 con sus aguaceros sin fin, y la cesta de colores tropicales pasó a exhibir solo la tonalidad de la piña o la papaya.
En la transición de un año a otro, al parecer concluyó la escasez de algunos alimentos: a la canasta regresaron las cucurbitáceas.
El retorno de la sandía y el melón significa que Panamá superó la reciente época de carestía, que también evidenció la inestabilidad de la producción agrícola nacional en precios e inventarios.
Si se repite otra temporada de lluvias y de vientos como la de los dos últimos meses del año anterior, y si los precios internacionales de las materias primas y el combustible continúan subiendo, nadie podrá controlar los costos de los alimentos en el mercado local.
En deficiencia alimentaria, Panamá se encuentra como muchos otros de sus pares. Así lo certifica la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés) a través de su director Jacques Diouf, quien ha enunciado las variables que afectan la producción mundial de alimentos.
Sobresalen los altos precios de algunos granos que ahora se usan como materias primas, los subsidios entregados a los agricultores de los países miembros de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) que en promedio equivalen a 365 mil millones de dólares al año e inclinan a su favor las leyes del mercado, y la necesidad de una inversión multimillonaria que eleve la producción de alimentos en 70%, pues se aproximan tiempos de hambruna mundial.
La generación de alimentos para consumo interno en Panamá está salpimentada con otros ingredientes.
El sector se contrajo a partir de 1969, cuando representaba el 30% del producto interno bruto (PIB), a un escaso 4% en la actualidad, asegura Rolando Gordón, economista y profesor de la Universidad de Panamá.
El déficit comercial en la balanza de alimentos está en 196 millones de dólares. Esto quiere decir que es más lo que importamos que lo que producimos.
Según Gordón, las causales de la caída fraguada en más de cuatro décadas son el desarrollo de la economía bajo un modelo de servicios, la falta de financiamiento a los agricultores, la poca tecnología usada en la siembra y en la cosecha, la difícil consecución de semillas, y ciertas medidas como la importación de algunas hortalizas como la lechuga a cero arancel y el destino del fondo especial de compensación de intereses (FECI), resultante del pago de 1% de interés por cada préstamo personal o comercial que supere los 5 mil dólares. Su recaudo se destina a apoyar al sector agropecuario.
Y enfatiza que el país se encuentra sometido a la explotación invariable de productos no tradicionales cotizados por Estados Unidos y algunos países de la Unión Europea.
“Esos alimentos concentran una gran parte de nuestro desarrollo agrícola. Los correspondientes a la canasta básica son insuficientes y la demanda local se debe reforzar con importaciones”, asegura.
Las importaciones desmedidas de productos que compiten con los nuestros afectan al agricultor panameño, y las consecuencias del cambio climático interfieren toda la cadena de producción, comenta Sebastián Mirones, director nacional de Agricultura del Ministerio de Desarrollo Agropecuario (Mida).
La única salida, compartida por todos los eslabones de la cadena, consiste en el autoabastecimiento.
En la base
La chiricana Itzel Caballero, de 40 años de edad y quinta hija entre siete hermanos, ha estado situada en los dos extremos de la producción de alimentos para consumo local, desde la acumulación continua de pérdidas hasta la prosperidad empresarial.
Durante 16 años se había ganado la vida como estilista en un salón de belleza de Calidonia. Su remuneración mensual rondaba los 350 dólares, dinero que debía hacer rendir al máximo porque es madre soltera de una adolescente de 15 años.
Los siete hermanos Caballero heredaron de su padre unas hectáreas de tierra destinadas a la agricultura y la ganadería en Chiriquí. Hace dos años el hermano que le sigue, José Félix (39 años), vendió por 50 mil dólares uno de los terrenos, el cual fue pagado en efectivo y de contado.
Con el dinero compró un camión de carga de 25 pies de largo. Y a su hermana le propuso que abandonara la peluquería y junto con él se dedicara por entero a la administración de una transportadora de alimentos de Chiriquí a la capital del país.
Pese a llevar la agricultura en los genes y ver cómo su padre era capaz de producir hasta 50 mil naranjas por cosecha y tener trato directo con decenas de productores de la provincia chiricana, a los dos hermanos Caballero la nueva labor les pesó más que el camión de 25 pies de largo.
El combustible fue el primer factor en contra. “El diésel subía y bajaba entre uno y cuatro centésimos de un día para otro e impidió una estabilidad en los precios de los alimentos. Hacíamos dos viajes en la semana, y sin un ‘colchón’ financiero, nadie aguanta ese trote”, reconoce Itzel.
Tenían buenos productos y recolectaban otros de muy buena calidad, conocían campesinos que han trabajado la tierra toda la vida y sabían a quiénes vender en Panamá, pero “teníamos muy poca idea de enlazar la cadena en provecho nuestro. Nos hizo falta la asesoría de expertos y el apoyo financiero”, explica Itzel.
A principios de 2010 vendieron el camión por solo 36 mil dólares. Precisamente es la capacitación una de las grandes falencias del sector agropecuario. Por ello, los campesinos desconocen las ventajas a su favor, y su ignorancia ayuda a desencadenar la carestía y el aumento de los precios.
Una estrategia conjunta que combinara el aprendizaje apoyado en la tecnología, y una financiación flexible, habrían evitado la venta del camión.
Muchos de los 30 mil productores del país desconocen el alcance y los beneficios de la Ley 25, que por ejemplo “reconoce el 50% de las inversiones destinadas a la siembra y la cosecha en casas de cultivo, es decir, bajo cubierta plástica”, comenta Sebastián Mirones.
Las técnicas agrícolas realizadas en casas de cultivo garantizan un producto de vida más larga para el consumo, menos golpeado por las plagas, y de contextura más compacta y de mayor tamaño, por no estar a la intemperie ni tampoco bajo los efectos de los insecticidas.
“El alimento se vuelve más competitivo frente a los que vienen del exterior”, reconoce Rolando Gordón.
El dinero que reembolsa la Ley 25 le permitiría al agricultor invertir en tecnología o en la reconversión productiva del negocio cuando este se encuentra en momentos de crisis, aclara Mirones.
Los hermanos Caballero reconocen que si se hubieran asesorado con la entidad gubernamental –nunca quisieron hacerlo–, con seguridad tendrían un panorama más próspero que el actual. Sin saber cómo, comprendieron cuál es la fortaleza de su negocio: la venta directa al por mayor y al detal.
Sin camión y con un déficit de 16 mil dólares, pero a la vez con objetivos específicos, los Caballero iniciaron una nueva etapa de su negocio.
Poco después de entregar el vehículo empezaron a vender en el Mercado de Abastos de Panamá aquellos productos que mejor se defienden de los aguaceros torrenciales, como el chayote y la maracuyá.
Los tuvo sin cuidado que al principio debieron trabajar desde las 2:00 de la mañana hasta las 6:00 de la tarde, los siete días de la semana.
A los pocos meses obtuvieron en arriendo un local de 80 metros cuadrados, y desde entonces venden granos, hortalizas, legumbres y frutas. Y uno de sus secretos consiste en obtener los productos en escasez a vendedores extranjeros. “Siempre tenemos inventarios”, afirman.
De la base, pero diferentes
Ha sido otra la suerte reciente del santiagueño César Monterrey. Cultiva sandías y melones en dos terrenos de dos y tres hectáreas cada uno, y también vende en el Mercado de Abastos de la capital, frente al local de Itzel.
Recuerda que en 2010 perdió por completo varias cosechas como consecuencia de los aguaceros y las inundaciones, y solo en diciembre pudo sembrar para recoger en la última semana de enero.
“Cuando pude sacar alguito, mi precio se encareció porque la mano de obra subió”, comenta. A principios de 2010 contrataba el jornal a cinco dólares, pero después subió a 10 porque se agotaron los inventarios, disminuyeron los ingresos y los peones exigían el pago diario de su trabajo.
Y debe contratar seis personas por día durante la cosecha. “Seguiré con la sandía, pero no con el melón”, concluye.
Fue pequeña la escasez de frutas y hortalizas, opina el chorrerano Alexis Castillo.
Él representa a una cooperativa integrada por 60 productores y dedicada a la exportación y también a la venta de excedentes en los mercados locales.
Su queja radica en la demora de ciertos comerciantes que pagan a los seis meses y a veces hasta 12 meses después de recibido el producto. “Ese ritmo es desalentador”, afirma.
Las grandes superficies
Los desafíos de la cadena productiva empiezan a ser menores, y los supermercados han podido cumplir con los pedidos cotidianos de los consumidores. Los inventarios satisfacen la demanda de hortalizas, frutas, granos y verduras. El único producto en escasez es el limón criollo.
Los limones existentes en los supermercados panameños provienen de México y Colombia y otros países, asegura Nicolás Batista, gerente de categoría de productos frescos del Grupo Rey. La libra de limón se consigue en un dólar con 99 centésimos, cuando por lo general se pagan 85 centésimos.
El precio actual guarda coherencia con el alza lineal de los productos, que según el Mida se encuentra alrededor del 20%, “aunque en casos aislados se pueden registrar incrementos del 100% o más”.
Tal cual sucedió con el pimentón de colores. La libra se trepó a 3 dólares 25 centésimos en noviembre y diciembre, y por lo general se obtiene a 1 dólar 39 centésimos.
El gran responsable se llama cambio climático, acusa Batista. Su denuncia la sustenta con una breve explicación de los efectos de las lluvias en la producción. El pimentón de colores o la lechuga se maduran con la luz solar, que les aporta consistencia y uniformidad en la forma y mantiene los nutrientes y por ende los valores alimenticios, y así mismo el sabor.
“Los temporales dañaron miles de terrenos sembrados por los productores nacionales, que además suelen cultivar a la intemperie”.
La fortaleza de negociar en condición de cadena nacional permitió que el Grupo Rey absorbiera los problemas de escasez y de precios.
Las pequeñas ferias
El Gobierno Nacional también trabaja en evitar el desabastecimiento y las especulaciones. Por ello creó las ferias Compita, con más enfoque rural, y desde hace unos meses las Jumbo Ferias con sentido de barriada. Ambas buscan satisfacer la demanda de productos de la canasta básica familiar de los menos favorecidos.
Y según Sebastián Mirones, del Mida, tienen un espíritu académico porque les enseña a los productores a detectar en qué consisten las aspiraciones del consumidor. “Lo hacen más competitivo”.
Y tienen otro papel que en definitiva ganará mayor importancia: “Se convertirán en un catalizador de precios porque siempre venden lo más barato posible según el lugar donde se realizan”, comenta Mirones.
Esto lo confirma el hecho de que ambas ferias significan un ahorro de entre 20% y 30% del valor final que paga cada consumidor.
“Es que la producción de una libra de zanahoria cuesta siete centésimos, y en el mercado sube a 60 centésimos”, dice Mirones.
Ese margen le permite al productor y al consumidor tener ganancias y ahorros respectivamente. Pero los intermediarios son los que se quedan con las utilidades.
Y si bien es cierto que por ahora se presenta desalentador el horizonte para los agricultores panameños, Itzel Caballero asegura no extrañar los salones de belleza. Lo suyo es el campo.
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