Capitalismo de casino. Los recelosos de la libertad están echando unos ratos muy agradables a cuenta de la crisis. Por ejemplo, el líder socialista portugués Mario Soares ha despotricado contra “el capitalismo de casino, la teologización del mercado, la globalización descontrolada, sin reglas éticas ni la menor preocupación social ni ambiental, la globalización neoliberal, sin regulación alguna”. Es difícil juntar más tonterías en menos espacio.
Para cualquier persona no cegada ideológicamente, en efecto, es absurdo hablar de un mundo económico “sin regulación alguna”. Es falso por completo, y solo cabe creer en esa falsedad desde el puro prejuicio conforme al cual la coacción política es lo que comporta la ética y las preocupaciones sociales y ecológicas. Al revés de lo que dice Soares, es él quien teologiza la coacción y demoniza la libertad, sin atenerse a los hechos.
Pero concentrémonos en la metáfora del casino, popular en nuestros días, y en realidad antigua, puesto que ya la utilizó Keynes para referirse al mercado libre en su Teoría General de 1936. Lo interesante del caso, es que el pensamiento único repite la metáfora como un loro sin pensar en ella. Porque el mercado, como señaló hace medio siglo el periodista estadounidense Henry Hazlitt, no es un casino. La característica básica del casino es que el riesgo es claro, es el mismo para todo el mundo y es conocido de antemano. Ninguna experiencia y ninguna expectativa y ninguna acción es capaz de cambiar las probabilidades de ganar en el casino, que son definidas estadísticamente. Ningún mercado es así.
Es curioso que con tanto énfasis en el casino, la corrección política no sea capaz de subrayar el aspecto institucional más generalizado de los casinos, que sí tiene algo importante que ver con la economía de nuestro tiempo: muchos son públicos y todos están severamente regulados por las autoridades.
Reino de la impunidad. Francisco J. Laporta afirma en diario El País que vivimos en el reino de la impunidad: “En la economía de mercado hay desastres, hipotecas basura, artimañas financieras, quiebras, despidos, pobreza... Pero nadie los ha causado, se han producido solos. Es el único espacio ajeno a la responsabilidad”.
Empecemos por el final: ¿cómo va a ser el mercado ajeno a la responsabilidad? Es precisamente lo contrario: cuando hay mercado, es decir, cuando hay derechos de propiedad definidos y contratos voluntarios, la responsabilidad es máxima. Que pruebe el profesor Laporta él mismo a dañar, engañar o a defraudar a otro ciudadano, y ya verá lo difícil que le resulta lograr la impunidad.
Vayamos ahora al paso anterior. Laporta afirma que en el mercado los fenómenos aparentemente no son causados, y de ahí se deriva la irresponsabilidad. Pero es tan evidente que hay causas de los fenómenos económicos como que muchas veces tales causas no son claramente discernibles. Cuando no lo son, no puede hablarse de injusticia, que es lo que hace el pensamiento único cuando identifica quiebras, despidos o pobreza con actos injustos, cuando no es así per se: la injusticia requiere la identificación de conductas e intenciones, como cuando alguien roba a un tercero y lo empobrece. Las quiebras pueden ser fraudulentas, o no.
Lo curioso del asunto es que, efectivamente, existen actores humanos que ocasionan desastres, promueven la expansión monetaria que subyace a las hipotecas basura y las artimañas financieras, e inflan burbujas cuyo estallido provoca quiebras, despidos y pobreza. Esos actores son los gobernantes, las autoridades monetarias y económicas. No aparecen en el discurso de Laporta, y deberían aparecer, porque en su caso sí que cabe hablar con más propiedad de impunidad e irresponsabilidad.
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