Friday, March 28, 2008

No siempre la verdad sirve...


Lo que sigue es la opinión de Ricardo Stevens en el programa de comentarios y entrevistas radiales en Radio La Voz del Trópico en la ciudad de Colón, conducido por él el día miércoles 19 de marzo del 2008.Participó como entrevistado el Revendo José Félix Espinosa, con quien se habló de la Semana Santa, los nuevos pecados y la Biblia como "La Palabra" y "La Verdad".


No siempre la verdad sirve...
Era de tarde, sentado frente a la tele, me dispuse a ver y escuchar las noticias; cosa que no acostumbro, por la hora y las otras actividades más productivas que suelen ocuparme, y porque mi alma de verdad que no agradece nada que por ese aparato se me insista en los vívidos y grotescos detalles de la violencia en este ambiente de hostilidad creciente que sufrimos. Sin embargo, quizá, por la esperanza que después de meses de mi tenaz boicot, ¡ja!, los dueños de los medios hayan decidido por otro camino más edificante, o, sencillamente fue la pereza mía, a la que en veces sucumbo, la que me llevó a ese punto de rendición y entrega improductivo.
Fulanito, periodista de telemetro reporta: «Muere una doñita de infarto, probable, y de los golpes que ella y dos o tres de sus parientes recibieron de manos de asaltantes que decentemente llamaron a la puerta y luego penetraron cuando un incauto residente abrió», y el camarógrafo muestra el camino oscuro por donde campantemente se fugaron los facinerosos, como quien está seguro que nadie vigila. Seguido, Zutanita de telemetro reporta: «Tres sujetos, con chalecos de la DIIP, patearon la puerta de la casa de una pareja, gritando allanamiento, que rofiaron al dueño y se llevaron la poca plata que había y los celulares», se presenta a la joven señora de la vivienda, ya arreglada para la pose de televisión, y al padre del dueño de la casa, ése, el propietario violado, no aparece. Sin comerciales que medien, Menganito de telemetro reporta explica imágenes de la comunidad 24 de Diciembre, lugar de gente pobre, trabajadora y sacrificada, carretera de piedra, casas humildes pero dignas, construidas con evidente esfuerzo, una señora se queja que de día ni de noche se puede andar por la calle «porque te roban», un vendedor de verduras «Esto no se aguata... no hay vigilancia», otra señora señala su carrito de segunda, seguramente, con la ventanilla de atrás rota: «Aquí, justo frente a mi casa, se robaron la radio, el cd y las bocinas, y nadie vio nada».
Esa información fue empujada, como se dice, en menos de lo que se persigna un ñato; y en lo esencial, nada había cambiado, ni en el énfasis del noticiario ni en la crónica que solamente registraba las ocurrencias de todos los días; era lo mismo de siempre: atracos, ajusticiamientos, atropellos y fuga, abaleados, asaltos a domicilios con los residentes dentro, reguero de sangre y dolor, y, como todas las veces, ausencia absoluta de la seguridad pública; en fin, el desamparo y la desesperanza.
No pretendo aquí, anoto, machacar sobre la inseguridad que ya sabemos todos, que es inocultable y, al parecer según todos los signos, ineludible por la incapacidad o la falta de voluntad de los dirigentes del régimen, sino señalar algo que se viene repitiendo, que, aunque dicho con el más sano de los propósitos, bien probable, el de reflejar la realidad objetivamente comparada, resulta ser un vano y pernicioso consuelo: se adelanta que «en otros parajes la cosa es peor», y se refieren esas voces a las maras salvatruchas, por ejemplo, a los combatientes irregulares en Colombia y a la desquiciante violencia de otras organizaciones criminales.
Esto termina siendo como esas verdades inútiles, que de casi nada sirven, o que, por el contrario, pueden resultar peligrosas, como cuando se le dice a un cornudo «Tu mujer te quema con Perencejo, tu compadre, que come también en tu mesa», o, de qué le habría servido a Abrám, el de la Biblia, decir de Sarai a los de Egipto «Esta es mi mujer»; ¿cuáles pudieran ser, en el primer caso, y cuáles hubieran sido para ese patriarca las consecuencias de esas irrefutables verdades?
Que en otras ciudades del continente se asesine a millón, me importa, sí, pero poco; elemental, no estoy expuesto a lo de allá; vivo aquí, donde probablemente según las proporciones y los odiosos parangones los peligros aquí son menores, pero, amigo, estos riesgos y estas zozobras, los nuestros, son dolores injustos.
Pero, además, esa línea de pensamiento también tiene en sí misma amenazas mayores: le dice a los pandilleros de aquí que todavía el cuero estira más, que pueden ser más atroces, que la barbaridad tiene espacios aun por explorar, que son unos atrasados, coño, que debiera darles vergüenza, son unos subdesarrollados en comparación con sus vecinos y que, fíjense, la sociedad da para más tolerancia.
Estas son las veces que es mejor callar, que, probable, se pase por inteligente y, lo más plausible, no se hace daño.

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