La farsa llegó a su fin y una persona sin haber cometido delito alguno ha sido condenada por un grupo de magistrados al servicio incondicional del Ejecutivo. La Procuradora general de la Nación ha sido sometida a un inmerecido escarnio porque el Presidente de la República se encaprichó con su puesto. No olvidemos que si hay un responsable de esta patraña legal en contra de una funcionaria que no hizo otra cosa que cumplir con su deber, ese es el Presidente de la República.
Sobre sus hombros y por el resto de sus días tendrá que cargar con la culpa de haber cometido una infamia contra una inocente. Y al igual que el autor intelectual de esta ignominia, no menos repugnante ha sido la actuación de la mayoría de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia, que se convirtieron en los autores materiales de este entuerto.
¿Qué moral tendrán estos magistrados para seguir impartiendo justicia? Sin ningún reparo, han pisoteado el honor de una persona solo para complacer el antojo de un gobernante hambriento de un poder desmedido. Condenar a un inocente es, sin duda alguna, la más ruin, abominable y vil de todas las injusticias que se pueda cometer, y por ello la justicia en Panamá una vez más se viste de luto.
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