Los enfrentamientos entre el Suntracs y agentes de control de multitudes de la Policía Nacional, el miércoles, revela una vez más la incapacidad de este y los anteriores gobiernos de atender, por vía del diálogo y la negociación, los reclamos no sólo del Suntracs, sino de todo el pueblo. Los gobernantes, creyéndose seres omnipotentes, no oyen, no ven y no hablan. Los obreros en muchas ocasiones abanderan reclamos del pueblo, de ahí la aceptación que tienen sus acciones hasta que se salen de control y afectan la seguridad y bienes de la colectividad. Mi apreciación del Suntracs y de su dirigente, Saúl Méndez, la plasmé en un artículo que publicó La Prensa, el 7 de septiembre de 2007, titulado: "Para decir mentiras y comer pescado, hay que tener mucho cuidado" y en el que revelo que el gobierno, innecesariamente, persigue hacer de ese dirigente un mártir.
Después de que esa organización sindical ha visto caer muertos a tres de sus miembros, producto de balas asesinas disparadas por elementos con bajos niveles de control emocional, era lógico suponer que habría desórdenes.
Un estadista, con buenos asesores, lo primero que habría hecho al conocer del acontecimiento trágico era lamentarlo públicamente y llamar a los dirigentes sindicales a conversar en palacio, sin pre condiciones, ni amenazas. Por lo demás, e independiente de lo anterior, los organismos de seguridad habrían tomado control desde muy temprano de toda la ciudad y puntos críticos, así hubiesen tenido que desplazar unidades desde las casas de gamonales y queridas, que de seguro cuentan con la seguridad que se le niega al pueblo panameño.
Queda en evidencia que hay fallas tremendas en estos organismos de seguridad que no arremeten, con igual vehemencia, a los delincuentes y asesinos y, sin embargo, matan sin el menor desparpajo a un humilde obrero. Se pudo observar la poca valentía y fortaleza de los policías. Gracias a Dios, los obreros no tenían armas de fuego.
El miércoles, después de pasar por la caseta de peaje del Corredor Sur me vi precisado a llamar al 104 para indicarle a quien recibía el mensaje que consideraba que era una absoluta irresponsabilidad y estupidez lanzar bombas lacrimógenas, teniendo a tantos carros embotellados y ocupados por niños, mujeres y ancianos; igualmente le decía que debía haber otro método que no afectara a tantos panameños. Cuando al fin pude maniobrar para regresar a casa, observé a la altura del centro comercial Los Pueblos a un grupo de jóvenes agitando banderas del candidato Juan Carlos Navarro, como si nada extraordinario estuviese pasando en el país, lo que me dejó un sabor de que los políticos panameños son los más imprudentes del mundo.
No estoy en ningún partido y, por eso, me siento con la autoridad moral suficiente para emitir estos conceptos. Tal como lo he escrito en otras ocasiones, ojalá los gobernantes tomen conciencia de lo que tienen entre manos y trabajen por el bien de la colectividad, en vez del suyo o tendremos que lamentar lo que se da en otras latitudes de cuyos nacionales se está llenando nuestro país. ¡Dios salve a Panamá!
El autor es economista
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