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En uno de esos blogs que me encuentro accidentalmente en internet, hallé una reflexión muy curiosa, de alguien de México llamada María Isabel Sánchez, quien escribió diciendo que "…Una promesa vale lo mismo que la persona que la hace. Ya sea sobre los grandes temas de la vida, o acerca de pequeñeces, es un cheque contra la cuenta más valiosa de nuestra vida: la credibilidad y la confianza". Cosa curiosa porque estaba buscando información sobre transporte masivo, un asunto aparentemente muy distinto.
Pero por casualidad recordé que, hace cuatro años, en pleno fervor electoral, circulaba por ahí un documento en donde alguien se comprometió a "resolver" el problema del transporte. Allí se decía textualmente: "…A partir del 1 de septiembre de 2004 daremos solución a los problemas del transporte público con la participación de los transportistas, usuarios y demás sectores involucrados. Se tomarán las medidas administrativas, financieras, operativas, legislativas e institucionales requeridas para garantizar a la población urbana un servicio económico, eficiente, rápido, digno, confortable y seguro...".
Más adelante, en el susodicho mamotreto de marras, se presentaba hasta un título propio para el asunto: "VII. Transporte público eficiente, al servicio de la gente". Citando textualmente se afirmaba allí que: "… En la capital del país y áreas vecinas, la población sufre demasiadas molestias por la mala calidad del transporte público. Las fallas del servicio causan congestionamiento, irregularidad de los horarios, incomodidades y exceso de accidentes. Nuestro gobierno se compromete a resolver de manera integral el problema del transporte público, lo que implica transformar el actual e inoperante sistema, para lo cual se tomarán medidas y acciones desde el 1 de septiembre de 2004…". Eran palabras mayores.
Y luego hablaban allí de "evaluar" a la Autoridad de Tránsito y Transporte Terrestre (ATTT) respecto a su "capacidad de promover la operación de verdaderas empresas de transporte público"; decían que esta "Autoridad del Tránsito" tendría "la responsabilidad de instalar un sistema de semáforos inteligentes, cumplir un programa de señalización integral del área metropolitana, identificar los sitios de riesgo y sus respectivos tratamientos e instrumentar un sistema de administración de la seguridad vial"… y para colmo, terminaban afirmando que "La acción fundamental del Estado en esta materia es lograr el desarrollo del proyecto de línea de transporte público de alta capacidad y sus rutas alimentadoras. Para ello se requerirá, además del liderazgo de la ATTT, la colaboración del Municipio de Panamá, para estructurar el esquema financiero que haga viable este proyecto…".
Como muchos ya supondrán, este documento lleno de promesas (falsas, porque ninguna se ha cumplido a estas alturas) era nada menos que el "Plan de Gobierno de la Alianza Patria Nueva" y recogía los compromisos sobre los cuales los señores que mandan en este país llegaron al poder. Esas promesas están ahí, en blanco y negro, para la historia. Eran parte de su contrato formal con la ciudadanía y sobre la base de esa plataforma electoral (devenida hoy en mero repertorio de fábulas y embustes), ganaron limpiamente unas elecciones. Ah, pero no hay nada más tremendo que la evidencia escrita, pues al igual que cuando uno intenta escupir para arriba, termina devolviéndose y estrellándose en la cara de quien la emite.
Otro blogger, el profesor uruguayo Antonio Elías, en un escrito intitulado La palabra empeñada es sagrada, dice que "… El incumplimiento voluntario y premeditado de un contrato es un abuso y si quien lo comete es el gobierno, es un abuso de poder. Los abusos de poder socavan la estabilidad social y las instituciones, generan condiciones para que la corrupción avance y afectan la eficiente asignación de los recursos, perjudicando más a quienes menos tienen…". Yo añadiría que, además, promesas incumplidas de esta clase se convierten en burlas crueles ante la necesidad y la desesperación de las grandes mayorías de ciudadanos, impotentes ante tanta zozobra, indiferencia y desparpajo gubernamental.
Que lo digan los miles y miles de usuarios de este catastrófico sistema de transporte público actual. Que lo digan los deudos de las víctimas del aciago incidente del bus "Mano de Piedra-Corredor" o de los cientos de panameños descalabrados o asesinados por los "Diablos Rojos". Que lo digan todos los pasajeros de ómnibus en el país, rehenes de una mafia oligopólica disfrazada de gremialismo, en contubernio vulgar con el poder. Que lo digan todos aquellos que, a estas alturas, saben ya que esas promesas de mejorar el transporte terminaron valiendo lo mismo que valen los políticos que las hicieron: nada, absolutamente nada.
El autor es bioquímico