opinion@prensa.com
Con alguna frecuencia, leemos y escuchamos afirmaciones en los medios que proponen que debemos seleccionar a quienes nos visitan, insistiendo en que la ola de criminalidad se debe, en gran parte, a los extranjeros vinculados con el narcotráfico y la prostitución. Se aboga por una forma científica y ordenada que permita la permanencia en suelo patrio de aquellos inmigrantes que no sean una carga para la sociedad. Ese discurso de la élite contribuye a difundir prejuicios que se convierten en peligrosas verdades mediáticas, promueve prácticas discriminatorias, desconoce las razones de los flujos migratorios, así como el aporte de los extranjeros al desarrollo nacional.
Entre las raíces de la criminalidad está la falta de oportunidades para acceder al trabajo, la descomposición social, la corrupción de los políticos y el insuficiente nivel educativo, sin dejar de reconocer que también delinquen personas de alto nivel de educación. La criminalidad exige que se organice una policía, judicial y eficiente en inteligencia policial para investigar y perseguir la delincuencia criolla y organizada; además de una policía nacional preparada para prevenir el delito y participar activamente en la comunidad. Hay que adoptar una política contra la criminalidad, con la participación de todos los actores sociales, a fin de fijar las metas y los objetivos de la prevención, la erradicación de los delitos y el tratamiento de los delincuentes.
En cuanto a los flujos migratorios, algunos datos ilustran su complejidad: hace algunos años, Polonia exportó 2 millones de sus habitantes y ahora necesita gente que engrose su fuerza de trabajo; China e Irán pierden población, mientras que Inglaterra y Suiza ganan en personas extranjeras; el monto de lasremesas recibidas en los países en vías de desarrollo representa una suma superior a toda la ayuda exterior; Japón contrata personal extranjero para trabajar en restaurantes; los apellidos Martínez y González están entre los “top 10” en Estados Unidos.
El discurso antiinmigrante no toma en cuenta que quienes salen de su patria, se radican en otra para mejorar sus vidas y que logrado ese objetivo, contribuyen a elevar el nivel de vida del país de destino.
El fenómeno migratorio tiene varios siglos de existencia, de él no escapa pueblo alguno. Ninguna ley puede cambiar el deseo de toda persona de mejorar su condición humana, que se sustenta en el hecho de contar con un trabajo.
Los flujos migratorios deben ser regulados. En esta materia, constituye una característica de los buenos gobiernos el aceptar, responsablemente, que la diáspora debe ser tratada por medio de acciones concertadas regionalmente; que una gestión migratoria eficiente debe contar con estadísticas del movimiento migratorio, la necesidad de mano de obra del país y estudios demográficos correspondientes, más una legislación que facilite la regularización, aunado a la aplicación de un plan de integración para losextranjeros.