La salida de Belgis Castro, de la cartera de Educación, es un alivio para todos, incluso para el propio gobierno. En lugar de resolver problemas, el ministro los agravó. Se dedicó a hacer política, en lugar de organizar el inicio de clases. Pero el problema de la calidad de la educación trasciende a la renuncia de un ministro. Es un asunto que depende del liderazgo del gobierno, la responsabilidad de los gremios magisteriales y la colaboración de toda la sociedad. Ninguno de los tres sectores mencionados ha hecho su parte. Basta ya de creer que tenemos una buena educación, porque las estadísticas indican que el 20% del gasto público se dirige a ese sector y que la cobertura en primaria es de casi el 100%.
Esos son números que podrán asombrar a los organismos internacionales, pero acá sabemos que los muchachos siguen graduándose —después de 12 ó 14 años de estudios— sin haber leído un libro de tapa a tapa. Esa, seguirá siendo nuestra realidad, si no atendemos la deficiente calidad educación, como un problema de Estado.
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