paco@prensa.com
Publicar en martes en las últimas semanas ha sido heroico. Igual lo es leer el diario. El día de Navidad, Año Nuevo y ahora… ahora… Carnaval. ¿Qué habré hecho yo para pagar este karma? ¿Qué habremos hecho usted y yo para estar acá en la comodidad y el silencio del papel en lugar de estar dándonos empujones entre miles de enloquecidos ciudadanos que piden agua con más energía que si pidieran justicia, salud o educación? En fin, aprovechemos pues este momento de solaz para abordar temas turbulentos, carnavales purpúreos, viajes en el tiempo y amenazas con sotana.
Hasta el momento, he evitado con fintas y piruetas entrar en el tema de la autoridad religiosa por dos razones. La primera es porque ya se lo advirtió mi compatriota de ficción a Sancho Panza: "Con la iglesia hemos dado". Cierto es que se refería al templo y no a la institución, pero el dicho quedó acuñado para advertir a incautos como yo que al final, cuando uno más se confía, aparece la iglesia Católica y desvanece la ilusión de libertad y progreso.
La segunda es porque en estas páginas ya hay un Alonso Quijano que fustiga a los ultracatólicos que tanto daño hacen a nuestras sociedades y me gusta pensar que las respuestas furiosas de la institución púrpura y sus secuaces van toditicas contra él.
Pero… ya no pude aguantar más, no puedo disfrazarme en este Carnaval y evitar hablar de lo que está ocurriendo.
El abuelito Ratzinger iba despistando a los columnistas mundiales. "No es tan radical cómo se anunciaba"; "Bien pensado, era más cerrado Wojtyla"… El lobo estaba disfrazado de corderito pero ya ha activado su maquinaria y ha pasado de la palabra a la acción en su lucha contra el relativismo –esa tendencia que tanto pánico le da al actual jefe de la iglesia Católica y a todos los que aseguran que hay una sola verdad divina.
Ahora, los obispos y líderes eclesiales se han convertido en la quinta columna radical de Ratzinger, metiéndose en política, volviendo a colarse en el entorno privado de cualquiera que deje entreabierta la ventana y promoviendo un regreso al medioevo mental y social.
Pensaba que era un fenómeno que sólo se estaba dando en mi rancia España, la que el dictadorzuelo Franco consideraba "reserva espiritual de Europa" mientras la mantenía sumida en el oscurantismo y la prohibición de masturbaciones propias y en compañía. Ahora, de paseo por aquel mundo viejo, pude ver cómo la iglesia Católica está de campaña política aliada con los sectores más radicales de la derecha. Su emisora de radio emite mensajes que recuerdan –salvando la distancia– la violencia de las ondas ruandesas en tiempos de genocidio. Convocan a un millón de fieles que huelen a alcanfor para decir que sólo hay que tener sexo para parir, que buscar soluciones políticas a la violencia separatista es antidemocrático, y que eso de los homosexuales ofende a ese dios que no ha dicho ni "mu" desde hace 2008 años.
Como escribía, pensaba que era un fenómeno de la sacrosanta España, que siempre se ha creído la más católica entre las católicas –nunca tanto como Polonia–. Sin embargo, en Panamá la cosa no está mejor. La iglesia Católica ya no es partícipe del dejad que los niños se acerquen a mí y parece estar de acuerdo con los incrementos de penas a menores de edad y con la mano dura para garantizar la seguridad. Además, invita a Rodríguez Maradiaga, el hondureño papable que parecía demasiado liberal para Roma, a visitar el país, fustigar cualquier intento de educación sexual, o promover la sequía y la distancia en las camas católicas.
Mi pregunta siempre es la misma: ¿cuándo va a mirarse al espejo la iglesia Católica?, ¿cuándo va a revisar los estragos mentales que ha causado su educación represora?, ¿cuándo abandonará la doble moral tradicional católica de tapar con una mano lo que hace con la otra?, ¿cuándo pedirá perdón por todas las complicidades que mantiene con políticos corruptos, genocidas reconocidos, mafiosos que van a misa y violentos maridos a los que perdona porque así es la naturaleza de las cosas?, ¿cuándo va a dejar el bando de los moralistas –sin muchas medallas que apuntarse en ese terreno– para unirse al de los ciudadanos?
Personalmente estoy cansado de escucharlos pontificar todo el día, mirándonos por encima del hombro, como si la sotana les diera una autoridad o una clarividencia que está negada a los que vestimos bluejeans y reconocemos nuestras "imperfecciones".
Creo profundamente en el laicismo de los estados, en la sana distancia que debe haber entre religiones –la que sea– y funcionarios, en el derecho que tienen los curas a quejarse de los condones en público pero en el mismo derecho que me asiste para llamarlos irresponsables por ello… Si ser fiel es asunto de creer a ciegas, yo soy fiel del laicismo.
Mientras que yo ando en estas, los fieles católicos estarán hoy terminando cuatro días de borrachera y bronca. Sé que eso no es un problema porque luego se confiesan y borrón y cuenta nueva. Esa es la suerte de los creyentes en la institución católica. Todo es un empezar de cero. La historia, sin embargo, tiene una memoria de elefante por eso sus llamados a la moral y el orden son tan poco efectivos: falta de autoridad moral púrpura.
El autor es periodista
1 comment:
Me ha encantado el artículo y comparto 100% las ideas que en él expones. Creo que la Iglesia Católica es una lacra más de una sociedad que no sabe (o no quiere) interpretar y aplicar las buenas intenciones de algunas ideologías. La Iglesia Católica no puede estar más lejos del amor que "su" supuesto dios predicaba. La truculenta historia de esta institución (guerras santas, Inquisición, misiones, homofobia, irresponsable prohibición del preservativo, machismo,...) despeja toda duda de que su labor en este mundo no es la de predicar la palabra de cristo sino la suya propia.
Saludos.
Post a Comment